Artículo de Méndez Romeu, autor del informe del Eixo Atlántico "Fundamentos para una diplomacia local" y ex secretario de Estado de Cooperación Territorial
Organismos internacionales y ensayistas definen el siglo XXI como el siglo de las ciudades, luego del auge de los Estados nacionales durante el siglo XX y del énfasis en la política regional impulsada por la Unión Europea. La acelerada concentración demográfica en las urbes, la terciarización de la economía y la concentración de riqueza, empleo y oportunidades vitales, están transformando a las ciudades en el ecosistema más característico de nuestro tiempo. Son los lugares donde se genera y acumula conocimiento, innovación y consumo, donde surgen las tendencias artísticas y estilísticas, la moda, la música o las nuevas ocupaciones. 
Hablamos constantemente de tribus urbanas, del “urban style”, de la movilidad, del nuevo urbanismo, etc., como rasgos inherentes a la ciudad, tanto más acentuados cuanto mayor sea el tamaño de la misma. También de la adaptación a la demanda creciente de vivienda, al cambio climático, la descarbonización o la protección del medio ambiente para hacer frente a las consecuencias negativas de la aglomeración. Por otra parte, el fenómeno urbano supera los límites del municipio tradicional de forma que la actividad económica, la vivienda, los servicios o la movilidad ya no se pueden planificar solo en el marco administrativo tradicional.
Para responder a los retos del fenómeno urbano, las empresas y las instituciones públicas han desarrollado nuevas estrategias de posicionamiento, imagen de marca, competitividad y proximidad al cliente o usuario. Entre ellas, la relación con sus pares, con otras empresas o entidades de otras ciudades que comparten idénticos problemas. Mediante hermanamientos, alianzas en redes temáticas o generalistas, intercambio de información y experiencias, actuaciones de lobby ante otras instancias como el Gobierno central o la Unión Europea o desarrollo de proyectos comunes. Un conjunto de actividades a las que denominamos diplomacia local o paradiplomacia.
A diferencia de la controversia que ha rodeado a la actuación exterior de las Comunidades Autónomas españolas y de los gobiernos regionales en otros países, la diplomacia local no es conflictiva. Lejos de suponer el cuestionamiento de las atribuciones del Estado y del Gobierno central, ocupa un nicho de actividad que no colisiona con las políticas generales de un Estado. Su objetivo no es firmar tratados u otros instrumentos de eficacia normativa, sino generar respuestas y soluciones a problemas comunes. La diplomacia local no necesita estructuras complejas ni genera una burocracia profesional. Es claramente ejecutiva y pragmática, orientada a los ciudadanos y no al discurso político o a la acumulación de poder.
Las instituciones supraestatales como Naciones Unidas o la Unión Europea han favorecido la diplomacia local. La Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Nueva Agenda Urbana o el Pacto Verde, son algunas de las directrices internacionales que alientan tanto las políticas estatales actuales como las políticas locales. En su definición las ciudades han estado presentes.
En el momento actual muchas ciudades mantienen relaciones directas entre sí, acuden a distintos foros promovidos desde Bruselas o están aliadas en redes que atienden aspectos tan diversos como el clima, la política social, la cultura, la ayuda al desarrollo, la salud, la inmigración, etc., ya sean redes nacionales, europeas o mundiales. Es una tendencia en expansión como consecuencia de la ambición de los objetivos propuestos.
En Galicia y Norte de Portugal más de cuarenta ciudades se han agrupado en el Eixo Atlántico para abordar los problemas específicos de la Eurorregión, desde una perspectiva local, desarrollando diversas actuaciones dentro y fuera del territorio o participando en los programas comunitarios. Es uno de los mejores ejemplos europeos de cooperación transfronteriza.
La diplomacia local de las metrópolis está muy desarrollada. Las ciudades de tamaño medio o menor para tener éxito deben actuar en el marco de las estrategias generales de sus Estados y de los organismos internacionales, poniendo en valor sus propias capacidades, difundiendo sus buenas prácticas, promoviendo su territorio. La diplomacia local no se limita a las gestiones de los gobernantes locales. Por su propia naturaleza pueden y deben participar coordinadamente otros actores que persiguen fines similares como empresas, universidades, agentes culturales y deportivos o líderes de distintos sectores. Los beneficios para la ciudad serán diversos: facilitar la captación de inversiones, crear una marca-ciudad susceptible de ser aplicada en distintos ámbitos como el turismo o los eventos, etc. Es decir, posicionarse en el mundo.
José Luís Méndez Romeu