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Menos mal que nos queda Portugal… ¿o ya ni eso?

Menos mal que nos queda Portugal… ¿o ya ni eso?

Artículo de opinión de Xoán Vázquez Mao, secretario general del Eixo Atlántico

En EE. UU. existió —no sé si aún existe— un juego que popularizó la película Rebeldes sin causa. El juego consiste en una carrera de dos coches hacia un abismo, donde pierde el que primero se lanza fuera del coche. El resultado obvio es que, la mayor parte de las veces, uno de los conductores cae al acantilado con su coche, y en ocasiones incluso, caen los dos. Esa sería la metáfora de lo que ha ocurrido, o quizás deberíamos decir viene ocurriendo, en Portugal desde hace año y medio, es decir, desde la marcha de António Costa.

El resumen de lo que ayer ocurrió es la continuidad de Portugal por la senda de la ingobernabilidad e inestabilidad política, a lo que se añade la peligrosísima deriva del voto portugués hacia el populismo de extrema derecha, que, a fecha de hoy, todo apunta a que el voto inmigrante consolidará como jefe de la oposición. El Partido Socialista ha transitado de una cómoda mayoría absoluta a un tercer puesto que lo acerca a la insignificancia, en la que ya se encuentran instalados CDU y Bloque de Izquierdas, y todo ello en el vertiginoso plazo de tres años.

Esta situación, y el perfil de los actuales dirigentes, apunta a que Portugal puede ir despidiéndose del milagro económico que protagonizó tras el traumático rescate. La conclusión no ofrece muchas más alternativas, ni hay que ser un Einstein del análisis político para verla. Así pues, la pregunta es cómo se ha llegado a esto, y ahí la situación sí que merece una reflexión más amplia.

En primer lugar, los errores del Partido Socialista: primero con la gestión de la crisis que abocó a Costa a marcharse; segundo, con la victoria del ala radical personalizada en Pedro Nuno, su propio perfil poco empático, su manifiesta incapacidad política, de la que hizo gala a lo largo de este último año; y finalmente, el error, inmenso error, de no haber sabido integrar al ala moderada de su partido tras su victoria en el congreso del mismo.

Pero si hay un error mucho más grande, de alguien que para siempre ha de ser asociado al ascenso de la extrema derecha y a la inestabilidad en la que Portugal se ha instalado, es el de Presidente de la República, Rebelo de Sousa, cuando forzó elecciones en Portugal tras la marcha de Costa, en lugar de invitar a formar gobierno a otro candidato que le propusiera el Partido Socialista, respetando de esta manera la mayoría absoluta que apenas un año antes le habían deparado las urnas.

Por otro lado, a la escasamente atractiva personalidad de Montenegro hay que sumar el canibalismo tradicional del PSD, que, inmerso en una larga tradición ya cronificada de guerras internas, solo le dio una oportunidad a Rui Rio, defenestrándolo a continuación. Nadie en Portugal duda de que si hoy Rio hubiera sido el candidato, incluso si lo hubiera sido hace un año, los resultados habrían sido bien distintos y hoy Portugal estaría inserto en la senda de la estabilidad con un primer ministro centrista.

Rui Rio, al que conozco bien porque fue presidente del Eixo Atlántico, es una persona de una honradez paradigmática, incluso diría que obsesiva, y que, enfrentado a António Costa, perdió las elecciones (Costa fue alcalde de Lisboa y Rio, de Oporto, lo que es como si el alcalde de Barcelona se presentara a primer ministro de España frente a un alcalde de Madrid —que haya sido buen alcalde, por supuesto). Y otra cosa distinta es Rui Rio frente a Pedro Nuno.

No hay que olvidar que Montenegro presenta una moción de confianza porque se ve salpicado en un escándalo de corrupción, lo que obviamente no parece haberle afectado electoralmente. Y esta es la última reflexión que debemos hacer: ¿Qué está ocurriendo en nuestra sociedad para que se penalice más un discurso radical de izquierdas que la corrupción o el populismo de extrema derecha?

Es verdad que cuando vendes el espacio de otros, estás orientando el voto de tu electorado hacia esos otros. El votante compra originales y no copias. Feijóo debería saberlo bien porque, con su discurso contra la inmigración —por citar un ejemplo—, el votante de centro no votará al PP, y el votante que le compre ese discurso votará a VOX.

Lo curioso de Portugal es que la fuga de votos por el discurso radical de Pedro Nuno, a la izquierda del PS, al final no se ha ido al Bloque de Izquierdas ni al Partido Comunista, sino a la extrema derecha. No olvidemos que Hitler llamó a su partido “Nacional Socialista”, que Mussolini provenía del Partido Socialista, y que Franco generó un discurso “social” en base al nacional-sindicalismo; es decir, utilizó términos y conceptos de la izquierda para engañar y seducir el voto obrero y de las masas populares golpeadas por la crisis del 29 y por el Tratado de Versalles, gracias a cuyo voto llegó el fascismo al poder, o intentó justificar el apoyo al golpe de Estado en España.

Que nadie dé por seguro que los sectores más débiles de la sociedad votan a la izquierda pero, sobre todo, que nadie olvide que los extremos se tocan. Y, en algún caso, incluso, se superponen.

La última nota de esperanza es el proceso que ahora encara el Partido Socialista con la dimisión de Pedro Nuno y que nos permitirá saber si el Partido Socialista tiene capacidad de reinventarse y volver al puesto que históricamente ha ocupado, o si, siguiendo la estela de Francia e Italia, entra definitivamente en la senda de la insignificancia y de la autoinmolación.

De lo que ocurre en Portugal quizás también debería tomar nota España, especialmente en lo que se refiere a los peligros que entraña la desaparición de líderes monopolísticos, o lo que es lo mismo: de “putos amos”.