Gobierno, política y felicidad
Artículo de opinión de Carmen López, abogada y ex presidenta de AJE Galicia
Tal y como decía Sócrates, la felicidad es, en definitiva, la máxima pretensión del ser humano. Posiblemente haya sido precisamente esa la reflexión que motivó que la constitución de 1812, la primera de nuestro Estado, incluyese en el primer inciso de su artículo 13ª esta contundente premisa: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación”.
La casi “romántica” referencia a la felicidad como objetivo de un gobierno y, consecuentemente, de aquellos que lo conformen o aspiren a conformarlo, no fue una novedad de nuestro texto constitucional, por otras latitudes, textos anteriores recogían esta misma encomienda, como la Declaración de Independencia de Estados Unidos o la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, que incluía como aspiración el mantenimiento de “la felicidad de todos”.
Imagino que en las mentes de los redactores de los citados documentos no estaba la intención de responsabilizar a la clase política de la felicidad de los ciudadanos, al fin y al cabo, la felicidad es algo tremendamente subjetivo, cada quien tiene su propia fórmula; la inclusión de la felicidad como objetivo no era otra cosa que el reconocimiento constitucional de un principio inspirador como propósito último de las labores de gobierno.
La “felicidad” desapareció de nuestra Carta Magna con la derogación de aquella primera constitución. Dos siglos después los datos del barómetro del CIS revelan que la mayor preocupación de los ciudadanos después del paro es la relativa a “los políticos en general, los partidos políticos y la política”. Dos siglos después parece evidente que, en algún momento, la política dejó de ser concebida por la ciudadanía como una herramienta para la búsqueda del bienestar del pueblo al que representa y pasó a ser percibida como una de sus principales problemáticas en un porcentaje similar al que, en otro momento, representaron cuestiones como el terrorismo o la corrupción.
Quizá esto sea porque una parte importante de la sociedad se siente “empachada” de siglas, colores, campañas electorales y estrategias varias. Cansada de que se apele a una crispación y a una polarización que, afortunadamente, no está en el día a día de nuestra sociedad. En realidad creo que, en nuestras calles y ciudades hay más consenso que en nuestro Congreso.
¿Acaso ha pasado la política de formar parte de la solución a ser parte del problema? ¿Es posible que aquella haya obviado su carácter instrumental para convertirse en un fin en sí misma? Eso explicaría que, en los últimos años, el panorama político se haya expandido a todos los ámbitos de la sociedad hasta el punto de acaparar prácticamente todo debate y desplazar cualquier otro aspecto y problemática.