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Europa no nos pertenece

Europa no nos pertenece

Artículo de opinión sobre el futuro de Europa de Carmen López, abogada y ex presidenta a de AJE Galicia

La Unión Europea se enfrenta a uno de sus mayores retos, y es que desde que un conjunto de líderes visionarios inspirasen la creación de una Europa unida, solidaria y próspera han acontecido unos cuantos reveses que obligan a plantearnos si esa idea es todavía viable y si aún merece la pena mantener encendida una vela por la supervivencia de ese espíritu de cohesión que facilitó una época de paz y estabilidad que muchos, quizá inocentemente, dábamos ya por consolidada.

Pero ya antes del Tratado CECA, de los Tratados CEE o de Euratom, antes incluso del discurso de Robert Schuman en 1950, la idea de una Europa unida venía siendo algo recurrente en la historia de nuestro continente cuyo origen se ha llegado a ubicar incluso en la propia disgregación del Imperio Romano. No es el objeto de este artículo iniciar un repaso por los antecedentes históricos de la Unión Europea, sino evidenciar que Europa, o mejor dicho, la idea de esa Europa unida no nos pertenece, de la misma forma que no perteneció a Adenauer, Monnet, Schuman o Gasperi; esa Europa unida no nos pertenece ni nos pertenecerá porque el ideal que la inspiró trasciende generaciones y, de alguna forma, está destinado a continuar en el horizonte de Europa y de sus ciudadanos más allá de la suerte que depare a la Unión Europea como tal.

Parece claro que Europa está abocada a buscar permanentemente su unión y a reconstruirse las veces que sea necesario, pero entonces ¿hay todavía futuro para la Unión Europea? La respuesta la dio el propio Robert Schuman, aunque posiblemente no imaginaba que 60 años después su afirmación estaría más vigente que nunca: "Europa se está buscando; sabe que tiene en sus manos su propio futuro”. 

Europa pareció encontrarse a través del que posiblemente fue su gran logro, crear un área sin fronteras que, sobre la base de las cuatro libertades de circulación y la consecuente eliminación de barreras, permitiese a personas, bienes, servicios y capitales circular dentro de la Unión Europea con la misma libertad que en el interior de un Estado miembro, pero el paso de los años demostró que ese gran logro se convertiría también en el más difícil de sus desafíos y en la actualidad este espacio libre de fronteras se ha mostrado insuficiente para miles de ciudadanos y pequeñas empresas (muchas de ellas de ámbitos transfronterizos) que siguen  detectando diferentes barreras burocráticas, trabas a la movilidad, al acceso a los sistemas de salud y la Seguridad Social, a la transferibilidad de las pensiones, etc. Y es que mientras la libre circulación se ha vuelto una realidad innegable para el movimiento de capitales o para el estatus de las grandes empresas, lo cierto es que Europa todavía no ha sido capaz de convencer a todos.

En esta tesitura, Europa nos ofrece en el mismo marco temporal las dos caras de la moneda, por una parte, si el Brexit evidenció la crisis de la Unión Europa y la inestabilidad de todo lo conquistado durante los últimos 60 años, el surgimiento de nuevos líderes europeístas permiten que la ilusión en el proyecto europeo vuelva con fuerza al debate político. Por eso el momento es ahora, ahora es cuando los representantes políticos deben ser conscientes de la responsabilidad que tienen de cara a salvar la Unión Europea, ha llegado el momento de optar por intentar encauzar el proyecto o, en caso contrario, esperar a que sean la generaciones futuras las que consoliden esa Europa que no acaba de materializarse, de ser conscientes de que Europa tampoco les pertenece a ellos, ni pertenece a sus estrategias electorales, porque la idea de una Europa unida no puede sino partir de los sentimientos de encuentro y generosidad que, afortunadamente, no son susceptibles de patrimonialización.

La Unión Europa tiene en sus manos volver a acercarse a los europeos que nos enamoramos de esa idea de un continente sin fronteras, nos creímos afortunados por la posibilidad de ampliar horizontes y acogimos con ilusión el sentirnos nacionales de una Europa fuerte; tiene la oportunidad de refundarse poniendo al ciudadano y a sus necesidades en el foco. Convirtiéndose en una herramienta real para fortalecer las economías nacionales y a sus PyMES, y revelándose como un mecanismo real de solidaridad y de cooperación entre sus países miembro.

La Unión Europea tiene la oportunidad de sumergirse entre sus contrastes y aprovechar la crisis actual para recuperar sus valores y encontrar aquellos objetivos que permitan la construcción de una identidad común; de aprender a aceptar sus diferencias, las identidades de los distintos países, no para negarlas o eclipsarlas, sino para reconocerlas y fortalecerlas, tal y como soñaba Víctor Hugo cuando pronosticaba que “un día vendrá en el que vosotras, Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea”.

En definitiva, la Unión Europea tiene delante delante de sus ojos la mejor ocasión para posicionarse del lado de Europa, para decantar la balanza hacia europeísmo y para avanzar en esa fraternidad europea al amparo de la que cualquier idea de unión deberá, necesariamente, escribir su futuro, queda ahora en manos de nuestros representantes políticos decidir si el futuro de Europa lo escribirán en primera persona o habrá que esperar a que sean otros los que, antes o después, vengan a rescatar el sueño de esa Europa que tampoco les pertenecerá a ellos.